Diario de viaje (III): Lisboa – Merde à l’amour

marzo 15, 2007
Como he notado una apabullante subida de visitas en este blog (Google Analytics dixit) creo que voy a resolver ya -al menos en parte- esta novela a medio camino entre Danielle Steel y Barbara Woods. Más que nada para evitar infartos de corazón y eso. Hoy termino con el viaje a Lisboa y mañana os cuento en qué ha quedado todo.

Finalmente, tuvimos una noche libre: la del sábado. Había visto a Álex todo el día en la pasarela, y nos habíamos sonreído un par de veces. Vamos, lo normal. Fui con el grupo de periodistas al Barrio Alto a tomar unas copas, y para mi sorpresa, él también apareció allí. Le pedí que por favor me llevase a un banco, ya que él era el único que conocía la ciudad y esta fue nuestra sorprendente conversación:
– Please, could you take me to an ATM? I’m running out of money.
– Tés os olhos mais bonitos que eu vi a minha vida.
– Ah! Obrigado.

No sé si estará bien escrito, porque yo de portugués ni guarra. Pero os hacéis la idea. Lo mejor de todo fue mi respuesta, que me cogió totalmente desprevenido. «Ah! Gracias» no creo que sea la respuesta correcta. Estoy seguro de que no lo es.

Total, que me acompañó a tres bancos seguidos (corrijo: las calles de Lisboa no son un infierno barroco, el verdadero infierno está a la hora de sacar dinero, que suele ser lo único que echo de menos de España cuando viajo fuera, porque aquí hay bancos hasta debajo de las piedras) y cuando lo conseguí y volvimos al bar en el que estábamos me dio un beso, primero en la mejilla, y ante mi sorpresa al cuadrado, me plantó uno en los morros mientras se reía. Yo, que no pierdo el viaje, me di (¡¡¡al fin!!!) por aludido y me lancé a darle un muerdo de esos de película de Humphrey Bogart o Clark Gable. En ese momento, estaba flotando en las nubes.

A la hora o así me dijo que estaba cansado, que al día siguiente curraba (y yo tenía que ir a una exposición de arte en Sintra, la verdad) y que tenía que irse a dormir. Puse cara de seta y me dijo «¿te apetece dormir conmigo?». Ahí fue donde, ciertamente, perdí mi cabeza. Nos fuimos a mi hotel, nos tumbamos en la cama, y nos pasamos más de una hora dándonos besos, pero besos de amor. Se durmió acurrucado en mi pecho y yo no me moví en toda la noche, porque cada vez que me despertaba podía oler su pelo y tocarlo, y me sentía inmensamente feliz.

Al día siguiente, después de la exposición, fuimos a la pasarela de nuevo. Y allí ya fue como yo que sé, como si fuéramos pareja de toda la vida. Cada vez que me veía me daba un beso, o me abrazaba por detrás y me daba besos en el cuello… en fin. Yo estaba que ni me lo creía.

Aquella noche era la fiesta de clausura, en el Lux Frágil, una discoteca de Lisboa muy chula. Era todo de la barra libre y de la buena música, pero nos terminamos marchando pronto, porque el al día siguiente él tenía que entrar a trabajar a las 10. Repetimos la misma operación: durmió en mi hotel y fue fastuoso, aunque yo estaba un poco borrachín aquella noche y la verdad es que no me acuerdo muy bien de todo. Qué mala es la ginebra, más que nada porque yo siempre bebo ron, pero como no había rones spónsor, pues nada.

A la mañana siguiente se largó y yo me quedé durmiendo mi pedal. Quedamos para comer y despedirnos. Comimos juntos, nos dijimos cuatro cosas bastante tal: «no entiendo que tenga que enamorarme de una persona que vive a 1000 kilómetros de mí». «Ya, yo tampoco. Es una mierda». «No entiendo esta velocidad de enamoramiento, yo nunca he sido así, pero…». «Yo sé que es mucho pedir… ¿estás dispuesto a esperarme? Quiero trasladarme a Madrid, era mi primera idea al venir a Europa». «Pues no lo sé». Y solté aquella frase tan hortera, pero que he comprendido al 100% durante este viaje: «mi corazón me dice que te espere, pero mi razón me dice que es una puta locura, y que va a ser terrible». Como decían La Buena Vida: Lo que dicte el corazón, aunque sea pedir perdón, me parece una opinión muy distinguida…

Me quedan varias dudas: ¿Es mi enamoramiento -inusualmente rápido en mí- una pura cuestión de como no puedo tenerlo, lo quiero? ¿Contribuyó que ambos supiéramos que nos íbamos a separar en dos días a que nos idolatrásemos profundamente? Pues no sé.

Total, que nos despedimos y yo hice lo que nadie debería hacer pero todo marica hubiera hecho: plantarme las gafas de sol, ponerme a Damien Rice a todo volumen en el iPod y caminar por las calles de Lisboa hasta mi hotel, echando lagrimones como puños y sintiéndome fatal. Vaya tela.

La tarde fue de lo peor, aunque por suerte pude hablar con Sebastian, el fotógrafo neoyorkino, que estaba exactamente en el mismo punto que yo con una chica también de la organización. Me dio ánimos y yo me fui al aeropuerto entre mensajes de «te voy a echar mucho de menos» y cosas así.

El viaje de vuelta, que solo duró una hora, fue el peor de mi vida. El peor.

Y mañana, el desenlace total. ¿Os ha gustado la entrada kilométrica?